John Law: el banquero que quiso reinventar el dinero
Un jugador con talento para los números
La historia de John Law es la de un genio que confundió la realidad con su propia teoría. Nació en 1671 en Edimburgo, en una familia de banqueros y orfebres. Desde joven mostró una mente prodigiosa para las matemáticas y la probabilidad, habilidades que aplicó primero en los salones de juego antes que en los bancos.
Su vida comenzó marcada por el escándalo. En 1694, tras matar a un hombre en un duelo, fue encarcelado en Londres y condenado a muerte. Logró escapar y huyó al continente europeo, donde se ganó la vida como jugador profesional. En las mesas de París y Venecia, Law comprendió algo que cambiaría su destino: el dinero no era un metal, sino una convención, un pacto de confianza entre hombres.
Esa idea, simple pero revolucionaria, se convertiría en la base de su pensamiento económico.
La teoría del crédito y el nacimiento de una obsesión
Mientras vagaba por Europa, Law se empapó de las ideas mercantilistas de su tiempo y escribió un tratado que anticipaba la modernidad: Money and Trade Considered, publicado en 1705. En él sostenía que una economía podía crecer si el Estado estimulaba el crédito y aumentaba la circulación monetaria.
Frente al pensamiento tradicional —que veía al oro y la plata como los únicos valores sólidos—, Law proponía algo radical: crear dinero en función de la confianza y del comercio, no de las reservas metálicas. En su visión, el dinero era una herramienta para dinamizar la producción, no un tesoro que debía guardarse.
Durante años intentó convencer a distintos gobiernos europeos de aplicar su modelo. Inglaterra lo rechazó. Holanda lo ignoró. Pero en Francia, un país asfixiado por la deuda y gobernado por un regente pragmático, encontraría su oportunidad.

De Edimburgo a Versalles: el ascenso del reformador
En 1716, Felipe II de Orleans, regente de Francia tras la muerte de Luis XIV, le abrió las puertas del poder. Law presentó su proyecto como la cura a todos los males: reactivar el comercio, eliminar la escasez de dinero y reducir la deuda del Estado mediante un nuevo sistema bancario.
Ese mismo año fundó el Banco General, una institución privada que emitía billetes respaldados por las propiedades del Estado. Su éxito fue inmediato: la liquidez aumentó, el comercio floreció y los billetes de Law comenzaron a circular por todo el reino. En 1718, impresionado por los resultados, el regente transformó el Banco General en el Banco Real, convirtiéndolo en una entidad estatal cuya emisión de billetes quedaba garantizada por la autoridad del rey. Ese cambio, que parecía reforzar la confianza pública, terminó liberando al sistema de su última restricción: el respaldo metálico. A partir de entonces, el dinero francés dependía únicamente de la fe en el Estado… y en John Law.
La fama del escocés creció rápidamente. Su casa en París se convirtió en un centro de influencia, donde banqueros, nobles y ministros acudían a buscar favores. Su ascenso fue tan meteórico que, en apenas cuatro años, pasó de forajido a dueño de la economía francesa.
El sistema Law: el dinero como ilusión
Pero su gran apuesta estaba aún por llegar. En 1717 creó la Compagnie du Mississippi, destinada a explotar los territorios franceses en América del Norte. La empresa, respaldada por el Banco Real —también bajo su control—, emitía acciones pagaderas en billetes.
La idea era brillante sobre el papel: canalizar la liquidez hacia el comercio colonial y transformar la deuda pública en inversión privada. Sin embargo, la realidad era mucho más precaria. Law jamás conoció el Mississippi ni sus supuestas riquezas; su imagen del territorio era una fábula construida por cartógrafos y rumores.
Aun así, su carisma y su fe en el sistema hicieron el resto. Miles de franceses compraron acciones, convencidos de que el oro americano los haría ricos. Las calles de París se llenaron de especuladores, y la Rue Quincampoix se convirtió en el corazón palpitante del nuevo capitalismo.
El precio de las acciones se multiplicó por veinte. La riqueza parecía brotar del aire. Y, en cierto modo, lo hacía: Law había convertido la confianza colectiva en la nueva materia prima del dinero.
El estallido de la burbuja
El sueño duró poco. En 1720, la realidad comenzó a filtrarse entre las grietas del sistema. Los colonos enviados al Mississippi describían una tierra hostil y sin oro. Los primeros inversores empezaron a retirar beneficios y exigieron convertir sus billetes en metal precioso.
Pero el oro no existía: el Banco Real había emitido mucho más papel del que podía respaldar. En cuestión de semanas, la confianza se derrumbó. La multitud asaltó el banco, las acciones se hundieron y Francia entera entró en pánico financiero.
John Law, de visionario, pasó a villano. Su nombre se convirtió en sinónimo de estafa y ruina. Huyó disfrazado de París, dejando atrás una economía colapsada y un pueblo que había creído en un espejismo. La burbuja del Mississippi se convirtió en una advertencia inmortal sobre los límites del crédito y la naturaleza volátil de los mercados.
Exilio, olvido y muerte
Tras su huida, Law recorrió Europa intentando rehabilitarse. Vivió un tiempo en Bruselas, luego en Venecia, donde sobrevivió modestamente como asesor financiero. Murió en 1729, pobre y olvidado, el mismo hombre que había controlado el destino económico del país más poderoso de su tiempo.
Su final fue casi simbólico: quien había querido liberar al dinero del oro terminó muriendo sin dinero y sin patria. Pero su legado, paradójicamente, sobrevivió mucho más que su reputación.
El legado de un visionario maldito
Durante siglos, el nombre de John Law fue sinónimo de catástrofe. Sin embargo, los economistas modernos reconocen que muchas de sus ideas anticiparon la economía contemporánea: la relación entre crédito, liquidez y crecimiento, la función del Estado como emisor de confianza y la importancia de la política monetaria.
Su error no fue teórico, sino humano. Creyó que la avaricia podía controlarse y que la fe en el progreso bastaba para sostener el valor del dinero. Su sistema no colapsó por falta de lógica, sino por exceso de optimismo.
Aun así, su experiencia marcó el inicio de una nueva era. El mundo comprendió que el dinero era más que metal: era una historia compartida. Y desde entonces, cada burbuja financiera —desde la de los ferrocarriles hasta las tecnológicas— ha sido, en el fondo, una variación del mismo sueño que John Law persiguió hasta su ruina.
